A media caja del abuelo
Recién me siento a escribir con tranquilidad después de varias jornadas agitadas. Sumando fechas, me di cuenta que hace unos días sumaron ocho los años en que se muriò mi abuelo.
"No era el hombre màs piadoso ni el màs honrado, pero era un hombre valiente". Le leí a mi madre el inicio de la saga del Capitàn Alatriste y ni siquiera tuvo que voltear cuando me dijo, eso resume perfectamente a tu tata.
El viejo, tremendo sinverguenza. A decir verdad, como todo aventurero, era un fulano encantador, menos para su familia claro. Pèsimo esposo, mediocre padre, excelente abuelo. Allì es donde lo conocimos mis hermanos y yo; en su etapa de viejo engreidor, còmplice, cuentacuentos, burlòn, cascarrabias, pendejazo.
A menudo nos sentaba a su alrededor en mi sala y nos contaba historias de cuanto fue rescatista de escaladores en Huaraz, buscador de caucho en la selva, sargento de infaterìa en la campaña del 41, miembro de la policía montada, traficante de licor, contrabandista de telas, pillo, truhàn, don juan, apostador, datero, cobrador sumario, guardaespaldas y una vez, medio serio medio en broma incluso dice que trabajo de espìa.
Allí mi madre lo interrumpìa y nos decìa que no le hagamos caso, que sòlo nos querìa endulzar con sus historias para que nos quedemos hacièndole compañìa. Eso, y que le acerquemos el televisor para ver Baywatch. Nunca se la perdía el viejo. Sus dos pasiones eran las ropas de baño rojas, y la voz de Rocío Jurado, cantàndole a ese barco velero que cruzó la bahìa.
Ya metido en la universidad yo tambièn empecé a cuestionar un poco sus historias; a veces lo vacilaba dicièndole si esa herida en la rodilla blanquìsima y sin pelos se la había hecho en verdad una bayoneta eemiga o fue un botellazo en sabrà Dios que pelea de cantina, en donde podìa acabar lo mismo tras patirle una silla en la cabeza a su (ahora) ex jefe o tras hacer que rieguen con champàn la cancha de tenis donde mi abuela iba a jugarse la final de no-se-què torneo amateur. Claro, al final se regresaba caminando porque en lo del champàn se le iban hasta lo de los pasajes, pero como solìa decir, la vida es una sola, y si te da la espalda, agàrrale el poto.
Su idea de protección y engreimiento era aparecerse al dìa siguiente de que ingresé a la universidad con una cocacola heladita de dos litros y un caldo de gallina en una bolsa de plastico, porque estaba seguro que en mi primera borrachera me iba a dar sed. Nunca tomes por las puras, cachorro, pero tampoco le tengas miedo al trago, me decía mientras le ponía limón a su vaso de gaseosa, para que parezca ron, hijito, aunque a mi edad estas mariconadas me dan un poco de verguenza.
El mayor de 17 hermanos, nos contaba como en la peor època, se tiraba la pera del colegio para irse a pescar y llevar algo para la casa para sus hermanos, aunque la mamama Lola, su mama, lo moliera a palos luego. Ya acabaste, le decía desafiante, para volverme a ir. Los que todavía le sobreviven le llaman el maestro, y dicen que mi hermano sacò su chispa. Cuando salimos a comer con Carlos, el nene de todos, con 62 tacos en el almanaque, y me enseña en la cevicherìa còmo las tipas le dejan su número en una servilleta (no lo podia creer hasta que lo vi), regresa orgulloso y me dice, esa la aprendì de tu abuelo en tal ocasión. Sabes que cuando estàbamos aburridos, nos ìbamos a La Herradura y empezábamos una pelea para que el nos enseñe "a tirar mechadera"; y luego nos ìbamos contentos a nadar a la playa, para que la sal del mar lavara las heridas.
Todavía lo recuerdo cuando le dije que iba a ser periodista. Se emocionò y tratò de pararse del sofà para abrazarme, se quitò los botines de cuero que llevaba puestos y me dijo ùsalos, tu los vas a aprovechar màs que yo y contigo van a ver màs cosas. Le dije que en efecto me los llevarìa a todos mis viajes y comisiones importantes y asì lo hice. A los dos días, el viejo muriò.
"No era el hombre màs piadoso ni el màs honrado, pero era un hombre valiente". Le leí a mi madre el inicio de la saga del Capitàn Alatriste y ni siquiera tuvo que voltear cuando me dijo, eso resume perfectamente a tu tata.
El viejo, tremendo sinverguenza. A decir verdad, como todo aventurero, era un fulano encantador, menos para su familia claro. Pèsimo esposo, mediocre padre, excelente abuelo. Allì es donde lo conocimos mis hermanos y yo; en su etapa de viejo engreidor, còmplice, cuentacuentos, burlòn, cascarrabias, pendejazo.
A menudo nos sentaba a su alrededor en mi sala y nos contaba historias de cuanto fue rescatista de escaladores en Huaraz, buscador de caucho en la selva, sargento de infaterìa en la campaña del 41, miembro de la policía montada, traficante de licor, contrabandista de telas, pillo, truhàn, don juan, apostador, datero, cobrador sumario, guardaespaldas y una vez, medio serio medio en broma incluso dice que trabajo de espìa.
Allí mi madre lo interrumpìa y nos decìa que no le hagamos caso, que sòlo nos querìa endulzar con sus historias para que nos quedemos hacièndole compañìa. Eso, y que le acerquemos el televisor para ver Baywatch. Nunca se la perdía el viejo. Sus dos pasiones eran las ropas de baño rojas, y la voz de Rocío Jurado, cantàndole a ese barco velero que cruzó la bahìa.
Ya metido en la universidad yo tambièn empecé a cuestionar un poco sus historias; a veces lo vacilaba dicièndole si esa herida en la rodilla blanquìsima y sin pelos se la había hecho en verdad una bayoneta eemiga o fue un botellazo en sabrà Dios que pelea de cantina, en donde podìa acabar lo mismo tras patirle una silla en la cabeza a su (ahora) ex jefe o tras hacer que rieguen con champàn la cancha de tenis donde mi abuela iba a jugarse la final de no-se-què torneo amateur. Claro, al final se regresaba caminando porque en lo del champàn se le iban hasta lo de los pasajes, pero como solìa decir, la vida es una sola, y si te da la espalda, agàrrale el poto.
Su idea de protección y engreimiento era aparecerse al dìa siguiente de que ingresé a la universidad con una cocacola heladita de dos litros y un caldo de gallina en una bolsa de plastico, porque estaba seguro que en mi primera borrachera me iba a dar sed. Nunca tomes por las puras, cachorro, pero tampoco le tengas miedo al trago, me decía mientras le ponía limón a su vaso de gaseosa, para que parezca ron, hijito, aunque a mi edad estas mariconadas me dan un poco de verguenza.
El mayor de 17 hermanos, nos contaba como en la peor època, se tiraba la pera del colegio para irse a pescar y llevar algo para la casa para sus hermanos, aunque la mamama Lola, su mama, lo moliera a palos luego. Ya acabaste, le decía desafiante, para volverme a ir. Los que todavía le sobreviven le llaman el maestro, y dicen que mi hermano sacò su chispa. Cuando salimos a comer con Carlos, el nene de todos, con 62 tacos en el almanaque, y me enseña en la cevicherìa còmo las tipas le dejan su número en una servilleta (no lo podia creer hasta que lo vi), regresa orgulloso y me dice, esa la aprendì de tu abuelo en tal ocasión. Sabes que cuando estàbamos aburridos, nos ìbamos a La Herradura y empezábamos una pelea para que el nos enseñe "a tirar mechadera"; y luego nos ìbamos contentos a nadar a la playa, para que la sal del mar lavara las heridas.
Todavía lo recuerdo cuando le dije que iba a ser periodista. Se emocionò y tratò de pararse del sofà para abrazarme, se quitò los botines de cuero que llevaba puestos y me dijo ùsalos, tu los vas a aprovechar màs que yo y contigo van a ver màs cosas. Le dije que en efecto me los llevarìa a todos mis viajes y comisiones importantes y asì lo hice. A los dos días, el viejo muriò.
6 Comments:
chu...a los dos dias..grande tu abuelo! los viejos son todos asi no? los abuelos resultan ser los mejores padres..confirmado..
ah! la del barco velero cargado de sueños que cruzo la bahia era la tia Isabel Pantoja..(a no ser q la Rocio haya hecho un cover remix 12")
Recuerdo cuando mi abuelo me regaló su lapicero. Para que lo usé en la Universidad. Tal vez sea hora de sacarlo y usarlo...
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Unos meses antes de morir y cuando aún estaba en Lima, mi abuelo contaba cuan triste se sentía desde la muerte de su mujer (enero del 2002)
Yo lo escuchaba pacientemente...compadeciéndome del viejo y de su soledad, puesto que sus hijos (entre ellos mi padre) renegaban por su cuidado, ya que además de sufrir de una demencia senil, tenía cierta afición por cuanta falda se le aproxime.
Al finalizar su extenso y conmovedor relato (su crecimiento, apogeo y actual decadencia) el hombre notó cierto brillo apagado en mis ojos, así como cierto grado de burla y pereza (ya que muchas vees quiso agarrarse a mis amigas de la universidad)
y me dijo:
"Ojalá que cuando vieja tus nietos no se burlen de ti en tu propia cara"
Me quedé helada y obviamente avergonzada. El viejo con tristeza en sus ojos, concluyó:
"ojalá tus hijos no te olviden. Y ojalá los ames, como los amo yo"
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Eso espero. Eso, y no acabar como el abuelo.
Parece que tenemos la manía de matar todo lo que nos importa, como lo describió la tortuga.
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