Nombre: Gastón
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

sábado, 5 de marzo de 2005

Mi amigo el taxista

A estas alturas Javier ya debe estar muerto. Al menos eso fue lo que me dijo. Hace sólo unos días. Conocí a Javier hace unos días a media mañana, en horario de oficina. Un señor muy amabl, en sus cincuenta y pocos, de unos modales impecables, que manejaba un Nissan Sentra color blanco, perfumado y con una afeitada perfecta. Ojalá fueran así de correctos todos los taxistas y sus carros estuvieran tan bien cuidados, pensaba mientras me subía al asiento del copiloto y observaba todo por dentro. Pero las cosas eran demasiado buenas, algo parecía no encajar. Y me puse a observar. Javier seguía en lo suyo, manejando; o más boien debo decir que se aferraba al timón. Yo lo miraba. El saco colgado en un gancho en la parte de atrás. Cuando abrió la guantera para buscar sus cigarros (Javier empezó a fumar esa mañana despues de 14 años) vi una corbata a rayas, de las que están de moda, enrollaya alrededor de una cadena y mica de identificación. Vacía. La cercanía de Javier al inclinarse lo obliga a mirarme, como pidiéndome disculpas, y me explica lo que ya me iba imaginando.
Acababan de despedirlo de la oficina: Muy viejo, parece que le dijeron, y estaban reduciendo personal, así que tú y todos tus años de trabajo se pueden ir llendo por la puerta, tranquilo nomás, sin armar escándalo. Nos dejas el fotocheck en seguridad. Gracias.
Yo era su primer pasajero en toda su vida. Salió mareado de su oficina y se acababa de comprar su cartelito de taxi. Todavía olía a nuevo.
Le dije que lo sentía. Se me quedó mirando. Mis lentres de sol, la corbata gris, el terno negro y la corbata idem. Lo siente, repitió. Y me miraba, pensando, estoy seguro, algún dia también lo vas a sentir tú, huevón, de verdad.
Para eso me rompí todos los años. Para alimentar a un hijo y darle en una carrera, y que luego se vuelva un mosntruo de traje negro que me de una patada en el culo porque ya estoy viejo. Reducción de personal. Le dijeron.
No sabía qué podía decirle. El seguía aferrado al volante, con un poco más de fuerza habría podido marcar sus dedos en el timón. Se emepzaba a deshacer la pulcra raya al medio que se había hecho en su pelo encanecido.
Ya no puedo hacer nada, me decía, o se repetía a él mismo. Llegamos a mi destino y me hizo una última confidencia. ¿Cómo se lo explico a mi mujer? Cómo si ser un adulto desempleado fuera su culpa y motivo de bochorno. Me dio mi vuelto y soltó entre dientes que iba a pedir una reconsideración, que el ya no estaba para repártir CV ni para la verguenza de ser rechazado por susnhijos en traje negro.
Prefería matarse.
Espero que no, Javier.

1 Comments:

Blogger Tortuga Maldita said...

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

8:19 p. m.  

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