El misterio de la libélula
Fue más o menos así. Empezamos por ir a comprar un poco de fruta a la tienda, y terminamos llevándonos un frasquito de yogurt griego de lúcuma. Pasamos por una pastelerìa, nos comimos un maná y me llevé una cremolada de mango. Ella no comió nada, no le provocaba... en ese momento.
En casa le entramos al cau cau con arroz. Es decir, comí papitas con palillo, mientras la niña en cuestión se castigaba con todas las de la ley, porque a mí, la toalla hervida particularmente no me gusta mucho. Todo iba bien, las horas pasaban, veíamos televisión, pero se nos venía el atracón final. Un banquete Kentucky. Sí, slurp, 6 piezas crispy, 9 nuggets, 3 papas, y una ensalada. La verdad es que no sabía qué haríamos con todo.
Yo, que siempre he sido calificado de tragón, me quedé derrotado tras mi primera pieza de pollo, dos chicharroncitos ridículos y un poco de papas. La niña, por Dios, comía con un gusto que daba alegreía de ver. Sin prisa, pero sin pausa, sonriendo encima de la cama rodeada de comida, mientras me decía, ay qué poco espíritu de banquete tienes, es banquete, ban-que-te, o sea, come-come-come.
Y uno allí, con su ensaladita a medio camino de la boca, viéndome la barriga más antiplayera del mundo, mientras pensaba. Y claro, uno ve su metro ochenta y su cintura de libélula y piensa si en verdad no será que posee algún truco para desaparecer la materia como en los agujeros negros, porque esa del metabolismo, no sé, ya lo quisiera yo para un día de fiesta.
Es que yo bailo, me dice. Y la verdad, sí, baila bastante. Me han visto bailar? Les aseguro que preferirían verme en ropa de baño.
En casa le entramos al cau cau con arroz. Es decir, comí papitas con palillo, mientras la niña en cuestión se castigaba con todas las de la ley, porque a mí, la toalla hervida particularmente no me gusta mucho. Todo iba bien, las horas pasaban, veíamos televisión, pero se nos venía el atracón final. Un banquete Kentucky. Sí, slurp, 6 piezas crispy, 9 nuggets, 3 papas, y una ensalada. La verdad es que no sabía qué haríamos con todo.
Yo, que siempre he sido calificado de tragón, me quedé derrotado tras mi primera pieza de pollo, dos chicharroncitos ridículos y un poco de papas. La niña, por Dios, comía con un gusto que daba alegreía de ver. Sin prisa, pero sin pausa, sonriendo encima de la cama rodeada de comida, mientras me decía, ay qué poco espíritu de banquete tienes, es banquete, ban-que-te, o sea, come-come-come.
Y uno allí, con su ensaladita a medio camino de la boca, viéndome la barriga más antiplayera del mundo, mientras pensaba. Y claro, uno ve su metro ochenta y su cintura de libélula y piensa si en verdad no será que posee algún truco para desaparecer la materia como en los agujeros negros, porque esa del metabolismo, no sé, ya lo quisiera yo para un día de fiesta.
Es que yo bailo, me dice. Y la verdad, sí, baila bastante. Me han visto bailar? Les aseguro que preferirían verme en ropa de baño.
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