La gárgola
Cuando pensé que Miraflores no podía ofrecerme más sorpresas, apareció ella. O mejor dicho, aparecieron ellos. No sé si los han visto -específicamente a ellos, me refiero- pero en todo caso, la figura les debe sonar bastante familiar. Son un grupo de chiquillos, aparentan no más de 10 años (a veces la desnutrición te juega pasadas, así que lo mismo podrían tener 13 0 14) y siempre me los encuentro en el cruce de Angamos con Espinar.
Nada del otro mundo. Los niños de toda la vida que piden en los semáforos y todo eso. La cosa es que en esas estaba, camino a casa cosa de once de la noche, cuando una de ellas, asumo que la cabecilla de la banda de los hurones me cerró el paso. La-ca, pensé, esta noche toca robo, o acabar en la comisaría denunciado por maltrato al menor. Porque esa es otra de estas joyitas, te intentan robar y uno acaba en un lío gordo con la policía y de paso con los vecinos, como ocurrió hace unas semanas con el talentoso señor Ripley, cuando con el cuento del caramelo, nos trataron de robar los teléfonos. Los chiquillos acabaron en la pista, y uno dando explicaciones como un criminal.
Pero a lo que iba. La niña en cuestión -me fijé que no llevara ninguna maldita bolsa de caramelos- se me acerca de lo más campante y de frente. Asumí que me pediría algo, o que en el peor de los casos me querría distraer para que el resto de la manchita intenté el robo. Pero nop. Nones. Se me iba acercando de lo más seria, y cuando la tuve a cosa de un metro de distancia, se me plantó delante y me gritó "¡Soy una gárgola!. Gáaaaargola. Sólo salgo de noche. Ahhhhh-jaja-jaja"
Y eso fue todo. Los otros tres enanos seguían tratando de robar las monedas del teléfono público. La gente seguía caminando sin cruzarse por su camino, y la mocosa continuó con su camino. Digo, la gárgola.
Nada del otro mundo. Los niños de toda la vida que piden en los semáforos y todo eso. La cosa es que en esas estaba, camino a casa cosa de once de la noche, cuando una de ellas, asumo que la cabecilla de la banda de los hurones me cerró el paso. La-ca, pensé, esta noche toca robo, o acabar en la comisaría denunciado por maltrato al menor. Porque esa es otra de estas joyitas, te intentan robar y uno acaba en un lío gordo con la policía y de paso con los vecinos, como ocurrió hace unas semanas con el talentoso señor Ripley, cuando con el cuento del caramelo, nos trataron de robar los teléfonos. Los chiquillos acabaron en la pista, y uno dando explicaciones como un criminal.
Pero a lo que iba. La niña en cuestión -me fijé que no llevara ninguna maldita bolsa de caramelos- se me acerca de lo más campante y de frente. Asumí que me pediría algo, o que en el peor de los casos me querría distraer para que el resto de la manchita intenté el robo. Pero nop. Nones. Se me iba acercando de lo más seria, y cuando la tuve a cosa de un metro de distancia, se me plantó delante y me gritó "¡Soy una gárgola!. Gáaaaargola. Sólo salgo de noche. Ahhhhh-jaja-jaja"
Y eso fue todo. Los otros tres enanos seguían tratando de robar las monedas del teléfono público. La gente seguía caminando sin cruzarse por su camino, y la mocosa continuó con su camino. Digo, la gárgola.
2 Comments:
Sospecho q esa gargola estaba "dura" como piedra...
curioso, y yo que dudaba de la calidad de la educación... en todoc aso, dónde y cómo aprendió que era una gárgola?
realmente, me ha gustado este relato.
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