Viaje
Regresaba anoche a mi casa, en bus, con la cabeza recostada en el cristal del primer asiento que está del lado de la puerta. Iba escuchando música de lo más tranquilo, gente que sube, que baja, nada del otro mundo. Serían como las nueve de la noche. En eso la veo subir a ella. Vestía un sastre azul, un casacón encima, el cabello desordenado y marrón recogido en una cola, y los lentes colgándole sobre la nariz. Lucía bastante cansada.
No se cómo seguir, explicar el desconcierto o debo decir más bien sorpresa de verla allí, unos once o doce años después de la última vez que la había visto. Sentarse a mi lado con cara de tener todo el cansancio del mundo a esa hora de la noche. Hace un tiempo les conté que empiezo a tener una memoria pésima, pero que por alguna extraña razón conservo algo que califiqué de "archivos temporales de Internet", esos cajones de sastre llenos de sorpresa, que cuando uno menos lo espera hacen cling, hola, aquí estoy. Pues bueno, anoche fue una de esas veces. Me vinieron como de casualidad, colándose de a pocos entre la música que escuchaba y los carros de allí afuera, los días en que estaba en el colegio, con 15 años, y llegué a las cabinas de radio Omega.
Hacía muchos años que no pensaba siquiera en la radio, hoy ha desaparecido, pero, cosas de la vida, el año pasado fue a verme a mi casa el productor del programa escolar que teníamos. Se llama Víctor, me había visto en pantalla y quería proponerme unos asuntos. Hablamos, y mucho por supuesto, nos vimos unas tres o cuatro veces. Con él recuperé algunos de los recuerdos de aquellos días, cuando iba martes y jueves con mi chompa azul sobre el todavía existente uniforme único a la cabina, para grabar "Recreo en 660". Era un programa simpático, o al menos así lo recuerdo. Víctor lo conducía con un grupo de escolares pirañosos, que eran Patty y su hermana Marcela -que siempre seseaba, la mujer Z le decíamos-, Ilenana y yo, el único chico, el menor de todos, y el último en sumarme al programa.
Todo eso me acordaba mientras no me atrevía a mirar al costado a la chica del sastre azul. No estaba seguro de si la mujer que estaba hombro a hombro conmigo era ella. Qué iba a hacer, voltear, sonreir y decirle, hola extraña, no sé si serás tú, pero me haces acordar un montón a una amiga que no veo hace más de diez años. Habla, te llamas Ileana? Yo soy Gastón. Como el arte de recibir cachetadas se me da fatal, prefería callarme y tratar de descartar si era ella o no, antes de atreverme siquiera a voltear la cabeza. Una de las veces que conversé con Víctor, me dijo que se había encontrado con ella también unos meses antes, trabajando en una agencia del Banco de Crédito. Punto a favor, pensaba, ese parece el típico uniforme de oficinista bancaria.
La cara parecía la misma, me dije cuando lo del uniforme me hizo atreverme a voltear un segundo al momento en que el cobrador se aceró a pedir pasajes. Pero a Ileana la recordaba sonriendo, siempre pidiendo que pasen música de grupos mejicanos en el programa, llevando en su mochila las tareas para el día siguiente, que a veces hacíamos entre los comerciales. Víctor me había dado su número, pero por supuesto, nunca la había llamado. Era como repetir el diálogo de líneas arriba, pero por el hilo telefónico y a un número fijo. Demasiado para mi timidez escolar.
Pensaba incluso en la posibilidad de escribir esta historia, con un final que todavía no se daba. Qué le podía decir, qué hacer si no era ella. Trataba de escarbar algún otro dato en mi cabeza para ver si podía acertar en si era Ileana o no. Razonaba, que si había subido al mismo bus que yo, debía vivir en la ruta, aunque quizá fuera otra persona que viviera mucho más lejos que mi casa, porque la ruta acababa en Villa El Salvador, pero nunca se sabe. Recordé casi al mismo tiempo, que cuando Víctor se casó y nos invitó a su boda, mi papá dejó a Ileana, Marcela y Patty en sus respectivas casas. Recordaba que vivían cerca unas de otras, y la casa de las hermanas quedaba en una avenida sobre una tienda de bicicletas, y la de Ileana,estaba seguro, en Conquistadores. Si estaba en ese bus, había altas posibilidaes de que sea ella.
Pensaba si a lo mejor no era mejor dejarlo así. Con el recuerdo intacto; sin que la conversación con esa mujer en sus treinta, de semblante abatido por un día duro de trabajo pudiera estropear un recuerdo de mi niñez, que recién estrenaba. A lo mejor estaba casada y la esperaban sus hijos. Quizá se separó y odia a los hombres y más a los desconocidos que le hacen conversación en un bus. Tal vez, nunca se casó ni se enamoró y ahora vive sola en casa de sus padres. Cuántas histoiras podían haber en un recuerdo y en la cara de una desconocida. O es que era Ilena?
Qué miércoles, hoy es una noche tan buena como cualquier otra para que alguien me grite loco de mierda y se baje corriendo de un bus. La cosa es que sí, se bajó. No me gritó ni me dijo nada. En efecto, el bus paró en el Golf, a dos cuadras de la avenida Conquistadores .Nopuede ser,pensaba, son demasiadas coincidencias. Me quedé paralizado por todo el tiempo que estuve en el bus sin decir nada. Sólo giré para hablarle y ómo ya se puede adivinar a estas alturas, ella no estaba allí, sino bajando las escaleras. Nuestras miradas se cruzaron un segundo, dos hubieran sido un escándalo. Me sonrió apenas mientras terminaba de bajar. No tengo idea de qué cara puse yo. Aún se quedó de pie en el paradero, mirando hacia el bus (o sería simplemente al frente)mientras esperaba a que el carro avanzara para poder cruzar la pista. Sí, estoy seguro de que iba a cruzar, no a tomar un segundo carro.
Quise voltear, decirle que sabía quién era, que me acordaba de las tardes de radio en uniforme único. Averiguar si ella sabía quién era yo. Me quedé mirando al frente. Quise por fin quitarme la última duda de ver si era ella, tratando de comprobar si es que cruzaba o no la pista. Miré hacia atrás, pero sólo encontré a muchas personas de pie que bloqueaban mi vista hacia el cristal de atrás por donde ella cruzaba. Estoy seguro de que cruzaba. Personas que no me dejaron ver y a quienes nunca había visto en toda mi vida.
No se cómo seguir, explicar el desconcierto o debo decir más bien sorpresa de verla allí, unos once o doce años después de la última vez que la había visto. Sentarse a mi lado con cara de tener todo el cansancio del mundo a esa hora de la noche. Hace un tiempo les conté que empiezo a tener una memoria pésima, pero que por alguna extraña razón conservo algo que califiqué de "archivos temporales de Internet", esos cajones de sastre llenos de sorpresa, que cuando uno menos lo espera hacen cling, hola, aquí estoy. Pues bueno, anoche fue una de esas veces. Me vinieron como de casualidad, colándose de a pocos entre la música que escuchaba y los carros de allí afuera, los días en que estaba en el colegio, con 15 años, y llegué a las cabinas de radio Omega.
Hacía muchos años que no pensaba siquiera en la radio, hoy ha desaparecido, pero, cosas de la vida, el año pasado fue a verme a mi casa el productor del programa escolar que teníamos. Se llama Víctor, me había visto en pantalla y quería proponerme unos asuntos. Hablamos, y mucho por supuesto, nos vimos unas tres o cuatro veces. Con él recuperé algunos de los recuerdos de aquellos días, cuando iba martes y jueves con mi chompa azul sobre el todavía existente uniforme único a la cabina, para grabar "Recreo en 660". Era un programa simpático, o al menos así lo recuerdo. Víctor lo conducía con un grupo de escolares pirañosos, que eran Patty y su hermana Marcela -que siempre seseaba, la mujer Z le decíamos-, Ilenana y yo, el único chico, el menor de todos, y el último en sumarme al programa.
Todo eso me acordaba mientras no me atrevía a mirar al costado a la chica del sastre azul. No estaba seguro de si la mujer que estaba hombro a hombro conmigo era ella. Qué iba a hacer, voltear, sonreir y decirle, hola extraña, no sé si serás tú, pero me haces acordar un montón a una amiga que no veo hace más de diez años. Habla, te llamas Ileana? Yo soy Gastón. Como el arte de recibir cachetadas se me da fatal, prefería callarme y tratar de descartar si era ella o no, antes de atreverme siquiera a voltear la cabeza. Una de las veces que conversé con Víctor, me dijo que se había encontrado con ella también unos meses antes, trabajando en una agencia del Banco de Crédito. Punto a favor, pensaba, ese parece el típico uniforme de oficinista bancaria.
La cara parecía la misma, me dije cuando lo del uniforme me hizo atreverme a voltear un segundo al momento en que el cobrador se aceró a pedir pasajes. Pero a Ileana la recordaba sonriendo, siempre pidiendo que pasen música de grupos mejicanos en el programa, llevando en su mochila las tareas para el día siguiente, que a veces hacíamos entre los comerciales. Víctor me había dado su número, pero por supuesto, nunca la había llamado. Era como repetir el diálogo de líneas arriba, pero por el hilo telefónico y a un número fijo. Demasiado para mi timidez escolar.
Pensaba incluso en la posibilidad de escribir esta historia, con un final que todavía no se daba. Qué le podía decir, qué hacer si no era ella. Trataba de escarbar algún otro dato en mi cabeza para ver si podía acertar en si era Ileana o no. Razonaba, que si había subido al mismo bus que yo, debía vivir en la ruta, aunque quizá fuera otra persona que viviera mucho más lejos que mi casa, porque la ruta acababa en Villa El Salvador, pero nunca se sabe. Recordé casi al mismo tiempo, que cuando Víctor se casó y nos invitó a su boda, mi papá dejó a Ileana, Marcela y Patty en sus respectivas casas. Recordaba que vivían cerca unas de otras, y la casa de las hermanas quedaba en una avenida sobre una tienda de bicicletas, y la de Ileana,estaba seguro, en Conquistadores. Si estaba en ese bus, había altas posibilidaes de que sea ella.
Pensaba si a lo mejor no era mejor dejarlo así. Con el recuerdo intacto; sin que la conversación con esa mujer en sus treinta, de semblante abatido por un día duro de trabajo pudiera estropear un recuerdo de mi niñez, que recién estrenaba. A lo mejor estaba casada y la esperaban sus hijos. Quizá se separó y odia a los hombres y más a los desconocidos que le hacen conversación en un bus. Tal vez, nunca se casó ni se enamoró y ahora vive sola en casa de sus padres. Cuántas histoiras podían haber en un recuerdo y en la cara de una desconocida. O es que era Ilena?
Qué miércoles, hoy es una noche tan buena como cualquier otra para que alguien me grite loco de mierda y se baje corriendo de un bus. La cosa es que sí, se bajó. No me gritó ni me dijo nada. En efecto, el bus paró en el Golf, a dos cuadras de la avenida Conquistadores .Nopuede ser,pensaba, son demasiadas coincidencias. Me quedé paralizado por todo el tiempo que estuve en el bus sin decir nada. Sólo giré para hablarle y ómo ya se puede adivinar a estas alturas, ella no estaba allí, sino bajando las escaleras. Nuestras miradas se cruzaron un segundo, dos hubieran sido un escándalo. Me sonrió apenas mientras terminaba de bajar. No tengo idea de qué cara puse yo. Aún se quedó de pie en el paradero, mirando hacia el bus (o sería simplemente al frente)mientras esperaba a que el carro avanzara para poder cruzar la pista. Sí, estoy seguro de que iba a cruzar, no a tomar un segundo carro.
Quise voltear, decirle que sabía quién era, que me acordaba de las tardes de radio en uniforme único. Averiguar si ella sabía quién era yo. Me quedé mirando al frente. Quise por fin quitarme la última duda de ver si era ella, tratando de comprobar si es que cruzaba o no la pista. Miré hacia atrás, pero sólo encontré a muchas personas de pie que bloqueaban mi vista hacia el cristal de atrás por donde ella cruzaba. Estoy seguro de que cruzaba. Personas que no me dejaron ver y a quienes nunca había visto en toda mi vida.