No sabe no opina

Nombre: Gastón
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

martes, 25 de diciembre de 2007

Chocolate, pavo y cuetes

Cuando miras atrás recuerdas a tu padre, a tu tío y a un par de vecinos adultos reunidos en torno a las cajas recién abiertas, cigarrillos humeantes en la boca, de rodillas en el suelo, montando el tren eléctrico con tanto entusiasmo como si se lo hubieran traído a ellos, y no a ti.
Arturo Pérez-Reverte (Trenes rigurosamente olvidados)
Y para mí, mas o menos, esos son los primeros recuerdos que tengo de la navidad. Es más, se parece bastante. Con mi tio y mi papá viendo cómo armar la pista de carritos de carrera -uno azul y otro naranja- que nos había regalado Papá Noel a mis hermanos y a mi. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Tanto que quizá pueda ser hace 25 años. Y ahora las cosas han cambiado un poco; pero de esos recuerdos guardo todavía la asociación de la navidad a tres olores básicos. Así como dicen que ceviche que no pica no es ceviche, para mí la navidad debe tener tres olores específicos, o no es navidad.
Primero, tiene que oler a pavo horneado. Eso sin discusión alguna. El calor de la coina para esa oportunidad en que el horno se queda prendido hgoras de horas. La carne que va soltando su juguito mientras tu madre te grita que te alejes, que te vas a quemar. O ya avanzando un poco en edad, que te vayas viendo si el bicho en cuestión ya está. Y luego, ahhh, el olor del ají colorado y la piel tostada del interfecto. Listo para ser cortado concienzudamente.
Segundo, es obligatorio que huela a chocolate caliente. No se si le pasará al resto, pero a mí, cuando se me ocurre preparar chocolate en agosto, que es cuando se debería preparar en realidad, el olor a canela y cacao o de lo que esté hecho el chocolate que viene misteriosamente en polvo ahora, hacen que se despierte el toribianito antes de tiempo. San José era un poco taba con sus gustos, lo que tenía que estar dulce era el chocolate, no la sopa, tío, a ver si no mezclamos receteas la próxima. Qué rico es el chocolate, humenate, en esas jarras gigantes con motivos navideños que más parecen macetas que tarros, pero que hacen que uno repita sólo una o máximo 2 veces de la olla.
Finalmente, el olor a pólvora. Sí, la pólvora, los cuetes siempre los he tenido asociados a la navidad, tanto, que en una de las primeras balaceras a las que fui, le comenté a Pantera, viejo fotógrafo, oye, huele como a Navidad, no? Pólvora, panterita, me dijo el viejo, y uno, claro, que ha crecido a salvo de todo eso jugando con su pelota en la pista, piensa, ah manya, pólvora. O sea cuetes.
En resumen, pavo, chocolate y pólvora. Y los últimos años la cosa se ponía difñicil con esto último, pero esta vez logré agenciarme unas cuantas "luces" y fuegos artificiales, conseguidos por la legal en una feria pirotécnica, también legal. Y allí estaba con mis hermanos, en la azotea del depa del G2, quemándonos los dedos con los malditos volcacillos que no encendían, y las baterías a las que no les encontrábamos la mecha.
Podría haber hablado de cosas tristes, de corte social y de mucho compromiso, pero esta vez no tenía muchas ganas. Todavía me queda algo del espíritu festivo. Y luego vendrán los hijos y los hijos de los hijos. Pobre de ellos que no quieran tomar chocolate con 30 grados de temperatura en diciembre.

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domingo, 16 de diciembre de 2007

Deseos para el 2008

Esta es una canción de Joaquín Sabina, cantada alimón con la buena Chabela Vargas. Me gusta, no sólo porque hasta métrica y rima tiene, si no porque me ahorra la lista de deseos que quiero para mi y los que me rodean el 2008.

Aquí va. Y que a ustedes se les cumplan también.


NOCHE DE BODAS
Joaquín Sabina, en 19 días y 500 noches.

Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas.

Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.

Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.

Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.

Que no se ocupe de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.

Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.



Feliz 2008.

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miércoles, 12 de diciembre de 2007

2007. Primer balance

Primer balance. Por qué, bueno, no estamos ni en la quincena de diciembra, pero ya han pasado 350 días de este 2007, y como la cifra es cercanamente redonda, pues allá vamos. Hasta dónde se podrá escribir sin que el tiempo y el trabajo me lleven a otro lado.

Y por allí empezamos. El caNal nos ha deparado cualquier cantidad de sorpresas este año. Ocho años cumplió el ocho. Bonita cifra, no? Lástima o mejpor dicho, por fortuna, lo que no faltaron este año fueron noticias, y en lo que a mí respecta, me tuvieron un poco ocupadito. A saber este año tuvimos, y tuve, el desalojo de Santa Anita, el terremoto de Pisco, la consulta campesina de Ayabaca, la extradición de un ex presidente, y la revolución boliviana.

Esto como resultado me tuvo a saber y de manera correlativa, cuatro días viviendo en una azotea -sin baño-, una semana de paseo por el Infierno, cuatro días en un rincón olvidado del país, interminables días parado en las afueras de un cuartel policial por horas, y seis días perdido y luego abandonado a 4 mil metros de altura. Como quien dice, un año para no olvidar.

Lo bonito fue que en muchos de estos casos tuve a mi compañera de trabajo, y compañera de vida, a mi lado. Y cuando digo a mi lado, no es sólo -que también- apoyándome con un vamos, tú puedes, si no que en más de una oportunidad lo hicimos juntos, hombro con hombro, compartiendo la miseria de la misma trinchera. Siempre resulta mejor, saber que uno hace los despachos no sólo para los televidentes si no para alguien que te escucha y comparte la pantalla contigo. Gracias, Lore. Ahora llevamos ambos anillos de plata, gemelos. Alianzas para la alianza. Lo mejor que me ha pasado.

Este año, como para acostumbrar el cuerpo a la alegría, Macarena, nos fuimos los dos de viaje a Brasil. País tropical, abencoado por Deus, pero que tiene los aeropuertos condenadamente lejos de las ciudades. En fin, cómo olvidar Guarulhos. Eso fue para empezar el año, y para terminarlo, Lore y yo cumplimos un año juntos. Nada mal para empezar a acumular puntos de vida en realidad.

Estrenaron la pelicúla de Los Simpson. Ok, no tiene mucho que ver, pero tenía que mencionarlo. Siguiendo con lo lúdico, quedé segundo en un concurso de baile. Ok, bueno, ella quedó segunda y yo me gané, porque no le permitían concursar bailando sola. Nuestro equipo de volley quedó segundo puesto en el campeonato de la oficina, y este viernes esperamos se le entregue la copa al team.

Ah, claro, cómo olvidarlo, acabo de cumplir 30, pero como es tan reciente (el post) no hay mucho que comentar. Lo que sí se comenta es el compromiso formal de mi hermano con su novia de tuta la vida. La gente anda loooca, vithe?

Y bueno. Eso es todo de momento. Como sé que me voy a olvidar de varias cosas de todas maneras, pues lo dejo como Primer Balance. Y que vengan las fiestas.

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jueves, 6 de diciembre de 2007

Hola, tengo 30 años

No me preocupa que me echen de aquí,
por suerte siempre me he reído de mí.
Tengo la rabia intacta, y no la pienso perder,
sigo loco 30 años después.
La Casa en las Estrellas (Fito Páez)

Y este, señores, es mi post número 247. El último, calculo, que hago anteponiendo un dos a mi edad. Y es que en pocos días oficialmente pasaré a las filas de los treintaañeros, aunque algunos entusiastas me quieran consolar con eso de que en realidad cumplo "veintidiez"; y otros, menos entusiastas, aseguren que me sigo portando como si tuviera veinte. O diez.

Aquí estoy, más o menos donde creía encontrarme a estas alturas del partido. Porque siendo optimistas, cumplir los 30 es, digamos, llegar a la primera tercera parte de tu vida. Noventa? Sí, por eso digo que optimistas. Una primera etapa en donde uno se dedica a sembrar, y luego, en el umbral que me espera, empezar a cosechar lo que llevo a la espalda. Y saben qué, me muero por empezar la cochecha.

Tengo un trabajo que me gusta, en un lugar que me gusta, y que me ha proporcionado varios amigos con quienes disfruto de la vida. Conservo viejos amigos, y cuando digo viejos, me refiero a gente que conozco hace 15, 20 o más años. Hago las cosas que me gustan y me gustan las cosas que hago. Y eso tiene un cerro de ventajas. Ayer conversaba con mi gemelo malévolo -el me llama cariñosamente "hermano del mal"- y con Gokú sobre este tema de los treintones, y allí estamos pues, entrando toda la camada a la rica base tres y sacamos en claro algunas conclusiones.

A saber, como diría my evil twin, sigo teniendo 20 y estoy como la puta madre -él nunca ahorra epítetos-, con la salvedad, agregamos, de que ahora tenemos más prerrogativas que hace 10. Tener dinero en el bolsillo, por ejemplo, viajar o desaparecer un fin de semana y que todo siga en orden cuando regreses. Disfrutar de una relación sin que te suden las manos, sin gritar cielos, mis papàs, o sin tener que llamar para decir si podemos llegar un poquito más tarde, o sin sentir que el mundo se termina porque uno va a ser el papá en cuestión.

Recuerdo cuando hace diez, veía discotecas que permitían el ingreso sólo a partir de los 24 años. Yo pensaba, esto debe estar lleno de fósiles y gente en terno que se sienta a jugar dominó. Y no pués. La pachanga (de la vida), sería estúpido decir que recién comienza, pero entra en una etapa en la que ya podemos sentir tranquilos que sabemos cómo son los parroquianos, a quién se le sube el trago, y quién terminará con la cabeza metida el el water. Me encanta.

Obviamente no calificamos como modelos para un comercial de cerveza, con todos esos chiquillos bronceados y pelucones que apachurran a sus nenas ricas y apretaditas como si fueran la última porción de Colgate. Los de la pandilla 3 sabemos perfectamente que nuestras posibilidaes de ser el próximo Raymond Manco (que dicho sea de paso es casi de la mitad de nuestra edad) o empecemos una próspera carrera de rockeros, está diluyéndose cada vez más, a menos claro, que intentemos ser como los de Garbage, o una versión chola de los Rolling. Pero me estoy desviando del tema.

El asunto es que ahora elegimos voluntariamente cuando usar traje y corbata porque es así, y no al revés como hace una década, que nos sentimos bin vestidos en una reunión o una cena. Elegimos afeitarnos porque no nos queda ese aire de poeta maldito que no se encuentra así mismo, que tántos réditos nos diera en la universidad. O sea, cuando teníamos veinte y usábamos el jean roto con la camisa de franela a cuadros por encima del polo con zapatillaz o esas inmortales Airwalk que se pusieron de mosa y que tan cómodas eran, recuerdan.

La camisa se metió dentro de un jean de color entero y usas zapatos o botines, y dejas las zapatillas para la pichanga del fin de semana, en caso de que no seas de los que prefiere, ya no dormir la resaca asesina, sino simplemente quedarse en casa viendo tele, cocinando, o jugando cartas con los amigos mientras e abre un vinito. Sí, algunas prioridades cambian. Recuerdo hace diez, y es un tema recurrente en la conversación con mis amigos más viejos, cuando nos reuníamos los sábados a jugar, y teñíamos nuestras lenguas con gaseosa con sabor a chicle y llenábamos los estómagos con todos los chancay que nuestra pundonorosa chanchita pudiera comprar.

Porque las cosas cambian. Hay algunas cosas sin embargo a las que no me llego a acostumbrar. Como escuchar en una radio que van a pasar rock del recuerdo, y en vez de escuchar a Soda o Río o Frágil, me suelten una de Vilma Palma, cuando yo recuerdo clarito haber bailado con ellos en mi fiesta de promo... hace 13 años. Aceptémoslo, las cosas cambian y ese cuento de polystel ya no me lo creo; si hasta cambiaron la abuelita cuando a ella le empezaron a pasar los años.

Y ya tengo hasta canas, por Dios. Una cana artera y levantisca que apunta desde mi ceja derecha apareció hace algunas semanas, y allí está, sacándome la lengua cada mañana. Porqué no crece a ver, en la coronilla, donde ace rato que se me empieza a destejer la gorra y aparecen los primeros claros en ese otrora bosque negro y umbroso que era mi cabellera.

Pero todo anda bien. Gozo de razonable buena salud, aunque Lore insista en que me vea un médico cada vez que mi cuerpo intenta de convencerme de lo contrario. Los amigos que he llegado a juntar hasta el momento, son un puñado, lo sé, muchos ni se cnocen entre ellos, pero conforman una banda que estoy seguro, cerraría filas en cualquier momento, como que ya lo han hecho en varias oportunidades.

Este sábado, por supuesto, habrá pachanga. Nos mudamos de mi acostumbrado lugar en San Miguel (gracias, M!) a la casa cedida muy amablemente por mi querida familia política. Mi suegra ha decidido pasar a la inmortalidad sorprendiendo al respetable con ingentes cantidades whisqueras, algo a lo que inicialmente me opuse, porque el trago bueno le saca ronchas a más de uno, pero es un riesgo que cada uno debe correr.

A los que van, ya saben, me gusta el color azul y todavía no tengo auto (vamos, yo sé que pueden hacer el esfuerzo entre todos, jaja). Y nada más pues, podría escribir más, pero se me diluye la memoria.

Debe ser que me estoy haciendo viejo.

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