No sabe no opina

Nombre: Gastón
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

martes, 24 de julio de 2007

La espera

Y ni tan dulce. Justamente ayer lunes, conversaba con dos viejos amigos (por el tiempo, y porque ya están bien tíos ambos, hijos incluídos) sobre todo lo que tenemos que esperar. Sin ir muy lejos, nos encontrábamos desde las 3 de la tarde en la Presidencia del Consejo de Ministros mirándonos las caras sin saber muy bien qué hacer.

La gente dormía, hacía crucigramas, dormía (sí, de nuevo), leía algún libro que se trajo o simplemente se dedicaba a conversar. Pero eran demasiadas horas. Hasta las nueve de la noche habían pasado 6 horas y bueno, no había nada qué hacer. Pueden imaginarse a un grupo de gente sentada sin nada que hacer.

Y no me refiero a las colas del seguro o para comprar las entradas al concierto de Soda (ja! de heeecho que viene) si no simplemente al acto de verse lac ara por horas con tus compañeros de trabajo porque implemente no te queda otra.

En mi caso, me encerré dentro de una novela que ando leyendo. Mi última adquisición en la Feria del Libro, cortesía de Lore, que tiene un muy buen gusto para escoger esas cosas. Una trilogía en clave de autobiografía, sobre Auswitz y sus horrores. Al rato me uní al intercambio y tráfico de periodicos, que con Sudokus, historietas y crucigramas, se convierten en oro en polvo en estas esperas gigantes.

Y hoy es otr. Tengo 3 horas esperando en la sala de prensa del Congreso, para que se decida un tema de la mesa Directiva que debe ser elegida, y por supuesto, aquí no pasa nada. Y cómo son las cosas, no? Las pocas máquinas con internet son ocupadas, ávidas por quienes tienen que pasar sus notas a los medios, y las aún más escasas máquinas libres -como esta- cuidadas de que nadie te las atrase. Porque aquí la gente ni va al baño con tal de no perder su sitio. Y en eso estamos, esperando.

Ya ni sé que más escribir. Me aburro.

Cuentos de Hadas

Cuentos de Hadas, qué bonito. Estuve el viernes en la presentación del Libro de Rowling (varias caras conocidas aparecieron), y eso de los cuentos de hadas me gusta. Ahí lo tienen a Terry Pratchett; con su tono sarcástico e irreverente, creo que ha escrito un hermoso relato corto sobre lo que sería algo así como el fin de todos los cuentos de hadas. El final de la inocencia y del romanticismo de los "había una vez". Ya saben, los príncipes encantados, las hadas madrinas y las doncellas atrapadas en una torre por la bruja mala.

Pero las cosas cambian, no? Shrek, los Pinochos ambivalentes, y las Blancanieves a lo Street Figther. Para los que andamos rondando los 30, que alucinamos con los efectos de Los Transformes y nos reímos de las irreverencias familiares de Los Simpson, hubo un tiempo diferente. De cuando podíamos leer esos cuentos espantosamente editados, que te dejaban los dedos manchados de tinta, pero que todavía contaban de Hanssel& Grettel, y todo eso.

Me encanta la nueva onda a lo Harry Potter, muy de actualidad, con magos de túnica y barba "como los de antes" y todo eso. Pero justamente, me parece que rescate el tema de lo de antes. Del ya-no-hay-eso-hoy, si no que es antes. Pero bueno.

Este es el inicio de "El Puente del Troll", editado en el homenaje a Tolkien por 20 autores de fantasía.

"El viento soplaba en las montañas y llenaba el aire de diminutos cristales de hielo. Hacía demasiado frío para nevar. Cuando el tiempo estaba así, los lobos bajaban a los pueblos y, en el corazón de los bosques, los árboles explotaban al congelarse. Cuando hacía un tiempo así, la gente sensata permanecía en sus Casas, frente al hogar, y se contaban historias sobre héroes.Eran un viejo caballo y un viejo jinete..."

Este es el enlace: http://www.thedecline.net/el-puente-del-troll-de-terry-pratchett/

A veces, releo este relato y me doy cuenta que si pues, cada vez quedan menos bosques oscuros, y muchos menos castillos encantados. Espero que les guste tanto como a mi. Por los tiempos que se fueron, no? Ahora ya ni siquiera necesité tomar mi libro del estante y oler sus páginas para poder contar esta historia. Me bastó con buscar en Google.

lunes, 16 de julio de 2007

Era esto

Me gustó mucho este escrito. Es de mis favoritos. Que lea todo lo que caiga en mias manos del Arturo, no tiene que ver con que reconozca sus buenos textos. ESte particularmente me gustó mucho. Eso de que, a lo mejor esto es el amor y no lo otro.

Y la lealtad, y el compromiso. Ojalá todos podamos envejecer así. Hoy me levanté con animo no sé, melancólico no, de esperanza, jaja. Sí, eso es. Y esto refleja esperanza.

Creo.

"El último ojal"
Arturo Pérez Reverte

Fue el otro día, en Gijón. Era domingo y hacía sol, y la playa, y el paseo marítimo, estaban a tope de gente remojándose en el agua o apoyada en la barandilla de arriba, mirando el mar. Todo era apacible y muy de color local, gente de allí en plan familiar, sin apenas guiris. Era agradable estar de codos en la balaustrada, observando la playa y las velas de dos barquitos que cruzaban lentamente la ensenada. Había una cría dormida sobre una toalla junto a la orilla, y chiquillos que alborotaban entre los bañistas, y jovencitas en púdicos bikinis y mamás y abuelas en bañador respetable que charlaban mojándose los pies. Y un niño rubito y tenaz, un tipo duro que había hecho un castillo de arena y estaba sentado dentro, reconstruyendo impasible la muralla cada vez que el agua la lamía, desmoronándola. Lo que, por cierto, no es mal entrenamiento de vida cuando apenas se han cumplido siete años.

La pareja no me habría llamado la atención -había docenas semejantes- de no ser porque vi el gesto de la mujer. Eran dos abueletes que habían estado un rato a remojo. Llevaba ella un vestido de esos veraniegos para señora mayor, estampado, con botones por delante, y una cinta en el pelo que le recogía el cabello gris. Era regordeta y menuda. Él estaba en bañador, un calzón de playa de color discreto, y se abotonaba despacio, con dedos torpes, los botones de la camisa gris de manga corta. Tenía las piernas flacas y pálidas, de jubilado al que le queda verano y medio, y la brisa le desordenaba el pelo blanco alrededor de la frente salpicada, como sus manos, con las motas que la vejez imprime en la piel de los ancianos. Los dedos del hombre no acertaban con el último ojal, y vi que la mujer le apartaba delicadamente la mano y se lo abotonaba ella, y luego, con un gesto lento y tierno, le pasaba la mano por la cabeza, como si quisiera arreglarle también un poco el pelo, peinárselo con los dedos y dejarlo un poco más guapo y presentable.

Me quedé mirándolos hasta que se alejaron camino de las escaleras, y aún vi que él se apoyaba en el hombro de ella para subir los peldaños. Y me dije: ahí los tienes, Arturín, toda la vida juntos, cincuenta años viéndose el careto cada día, y los hijos, y los nietos, y cállate y lo que yo te diga, y el fútbol, y aquella época en que él volvía tarde a casa, y el mal genio, y el verlo tanto en sus momentos de hombre que se viste por los pies como en los momentos de miseria; y en vez de despreciarlo de tanto asomársele dentro, de no aguantarlo por gruñón o por egoísta, ella aún tiene la ternura suficiente para ponerle bien el pelo después de abrocharle ese último botón en el ojal.

Y a lo mejor él ha sido un tío estupendo o un canalla, y eso no tiene nada que ver, y resulta compatible con el hecho de que ella, que parió sola, que se calló por no preocuparlo cuando sintió aquel bulto en el pecho, que se ha estado levantando temprano toda la vida para tener paz en una cocina silenciosa, le siga profesando una devoción que nada tiene que ver con lo que llamamos amor; o a lo mejor resulta que el amor es eso y no lo otro, ese ejercicio de lealtad que puede consistir en repeinarlo con la mano, en decirle ponte guapo, Manolo. En que ella, que siempre fue al médico sola hasta cuando pensó que se iba a morir, entre en la consulta con él y le diga siéntate aquí, anda, estate quieto, que ahora viene el doctor. En cerrarle con disimulo la bragueta cuando él sale a pasitos cortos del servicio. En dedicarle una vida que él no siempre supo merecer.

Y ahora él depende de ella, y es ella la que lo sostiene como en realidad lo ha sostenido siempre. Y un día Manolo, o como se llame, dirá adiós muy buenas; y ella, que renunció a tantos sueños, que se impuso a sí misma un extraño deber unilateral, que no vivió nunca una vida propia que no fuera a través de él, se quedará de golpe quieta y vacía, perdida su razón de ser, con hijos y nietos que de pronto se antojan lejanos, extraños. Añorando la cadena que la ató recién cumplidos los veinte, cuando casarse, poner una casa, tener una familia, era un sueño maravilloso como el de las poesías y las películas.A lo mejor, antes de hacer mutis, él tiene tiempo, decencia y lucidez para darse cuenta de lo que ella fue en su vida. Y entonces echará un lagrimita y le dirá eso de que lamenta haberla tenido como una esclava, etcétera. Y ella, una vez más, se callará y le pondrá bien el pelo, para que agonice guapo, en vez de decirle: a buenas horas te das cuenta, hijo de la gran puta.

jueves, 12 de julio de 2007

Blue

Creo que ya he publicado esto antes. O sólo lo pensé porque la canción me parece muy buena. No recuerdo. La cosa es que me volvió a pasar -lo digo por si estoy repitiendo la figurita-. Como ya he hecho otras veces, una canción me provoca transformarla en un diálogo, una puesta de teatro, o un cuento.

Esta vez, sería un monólogo. Aunque concretamente, un monólogo frente al espejo. De esas veces que te sientes triste. Será el invierno o lo que quieran, pero ese espejo, me devolvió la imagen azul de uno mismo, con un toque de amonestación de viejo amigo.

Empieza con uno mismo, digamos, preparando para afeitarse. Y como si fuera don Ramón en el espejo de la Bruja de Blancanieves (qué diablos me está pasando, ein?) el azogue del otro lado tiene la poca decencia de responder. En fin. Se agradece el consejo, joven.


Grita
Jarabe de palo.


Hace días que te observo,
he contado con los dedos,
cuantas veces te has reído,
una mano me ha valido.

Hace días que me fijo,
no se que guardas ahí dentro.
A juzgar por lo que veo,
nada bueno, nada bueno.

De qué tienes miedo?
a reír y a llorar luego.
a romper el hielo,
que recubre tu silencio.

¡Suéltate ya! y cuéntame
que aquí estamos para eso,
pa' lo bueno y pa' lo malo,
llora ahora y ríe luego.

Si salgo corriendo,
tú me agarras por el cuello,
y si no te escucho,
¡Grita!

Te tiendo la mano,
tú agarra todo el brazo,
y si quieres más pues,
¡Grita!

miércoles, 11 de julio de 2007

La gárgola

Cuando pensé que Miraflores no podía ofrecerme más sorpresas, apareció ella. O mejor dicho, aparecieron ellos. No sé si los han visto -específicamente a ellos, me refiero- pero en todo caso, la figura les debe sonar bastante familiar. Son un grupo de chiquillos, aparentan no más de 10 años (a veces la desnutrición te juega pasadas, así que lo mismo podrían tener 13 0 14) y siempre me los encuentro en el cruce de Angamos con Espinar.

Nada del otro mundo. Los niños de toda la vida que piden en los semáforos y todo eso. La cosa es que en esas estaba, camino a casa cosa de once de la noche, cuando una de ellas, asumo que la cabecilla de la banda de los hurones me cerró el paso. La-ca, pensé, esta noche toca robo, o acabar en la comisaría denunciado por maltrato al menor. Porque esa es otra de estas joyitas, te intentan robar y uno acaba en un lío gordo con la policía y de paso con los vecinos, como ocurrió hace unas semanas con el talentoso señor Ripley, cuando con el cuento del caramelo, nos trataron de robar los teléfonos. Los chiquillos acabaron en la pista, y uno dando explicaciones como un criminal.

Pero a lo que iba. La niña en cuestión -me fijé que no llevara ninguna maldita bolsa de caramelos- se me acerca de lo más campante y de frente. Asumí que me pediría algo, o que en el peor de los casos me querría distraer para que el resto de la manchita intenté el robo. Pero nop. Nones. Se me iba acercando de lo más seria, y cuando la tuve a cosa de un metro de distancia, se me plantó delante y me gritó "¡Soy una gárgola!. Gáaaaargola. Sólo salgo de noche. Ahhhhh-jaja-jaja"

Y eso fue todo. Los otros tres enanos seguían tratando de robar las monedas del teléfono público. La gente seguía caminando sin cruzarse por su camino, y la mocosa continuó con su camino. Digo, la gárgola.

viernes, 6 de julio de 2007

Cero balas

Las cosas pasaron todas juntas. Como suele suceder, las pequeñas desgracias domésticas nunca vienen ´solas, cosa que así se adereza un poco el día a día. La cosa, sin ir a más, es que me quedé sin internet en casa. Fue una agonía, lenta, pasito a paso, como para que no me vaya preocupando.

Primero, salía un anuncio del sistema 32. Meehh, no pasa nada. Luego, un día, la tarjeta de sonido comenzó a ponerse rara. Normal nomás, conecté la del mainboard. Psss, eso me va a detener a mí, pensaba. A los días la conexión a internet entraba "a la segunda o tercera reseteada". Hummm, esto ya no está tan bueno. En fin, la cosa es que finalment, estre gritos de agonía, la PC dijo hasta aquí nomás.

Se desconfiguró todo, se quemó la tarjeta de conexión, y me espera una buena formateada y reinstalada del Windows. La cosa es que ya me había acostumbrado demasiado a pasar algunas horas en lam compu cada mañana. Así que ahora he regresado a los viejos placeres: leer y dormir.

Sí, nada como despertarse tarde, y quedarme tapado del frío con un libro o haciendo zapping; pero por las dudas, me conseguí 4 temporadas completas de Los Simpson, ahhhh, sí, 21 dvd's listos para despachar.

Bueno, ya se verá que pasa; de momento, debo contentarme con escribir-cuando lo hago- desde aquí, la sala de prensa del Congreso. ;Mejor me voy, acaban de tirar gas lacrimógeno, cof cof.