No sabe no opina

Nombre: Gastón
Ubicación: Miraflores, Lima, Peru

jueves, 6 de setiembre de 2007

Viaje

Regresaba anoche a mi casa, en bus, con la cabeza recostada en el cristal del primer asiento que está del lado de la puerta. Iba escuchando música de lo más tranquilo, gente que sube, que baja, nada del otro mundo. Serían como las nueve de la noche. En eso la veo subir a ella. Vestía un sastre azul, un casacón encima, el cabello desordenado y marrón recogido en una cola, y los lentes colgándole sobre la nariz. Lucía bastante cansada.

No se cómo seguir, explicar el desconcierto o debo decir más bien sorpresa de verla allí, unos once o doce años después de la última vez que la había visto. Sentarse a mi lado con cara de tener todo el cansancio del mundo a esa hora de la noche. Hace un tiempo les conté que empiezo a tener una memoria pésima, pero que por alguna extraña razón conservo algo que califiqué de "archivos temporales de Internet", esos cajones de sastre llenos de sorpresa, que cuando uno menos lo espera hacen cling, hola, aquí estoy. Pues bueno, anoche fue una de esas veces. Me vinieron como de casualidad, colándose de a pocos entre la música que escuchaba y los carros de allí afuera, los días en que estaba en el colegio, con 15 años, y llegué a las cabinas de radio Omega.

Hacía muchos años que no pensaba siquiera en la radio, hoy ha desaparecido, pero, cosas de la vida, el año pasado fue a verme a mi casa el productor del programa escolar que teníamos. Se llama Víctor, me había visto en pantalla y quería proponerme unos asuntos. Hablamos, y mucho por supuesto, nos vimos unas tres o cuatro veces. Con él recuperé algunos de los recuerdos de aquellos días, cuando iba martes y jueves con mi chompa azul sobre el todavía existente uniforme único a la cabina, para grabar "Recreo en 660". Era un programa simpático, o al menos así lo recuerdo. Víctor lo conducía con un grupo de escolares pirañosos, que eran Patty y su hermana Marcela -que siempre seseaba, la mujer Z le decíamos-, Ilenana y yo, el único chico, el menor de todos, y el último en sumarme al programa.

Todo eso me acordaba mientras no me atrevía a mirar al costado a la chica del sastre azul. No estaba seguro de si la mujer que estaba hombro a hombro conmigo era ella. Qué iba a hacer, voltear, sonreir y decirle, hola extraña, no sé si serás tú, pero me haces acordar un montón a una amiga que no veo hace más de diez años. Habla, te llamas Ileana? Yo soy Gastón. Como el arte de recibir cachetadas se me da fatal, prefería callarme y tratar de descartar si era ella o no, antes de atreverme siquiera a voltear la cabeza. Una de las veces que conversé con Víctor, me dijo que se había encontrado con ella también unos meses antes, trabajando en una agencia del Banco de Crédito. Punto a favor, pensaba, ese parece el típico uniforme de oficinista bancaria.

La cara parecía la misma, me dije cuando lo del uniforme me hizo atreverme a voltear un segundo al momento en que el cobrador se aceró a pedir pasajes. Pero a Ileana la recordaba sonriendo, siempre pidiendo que pasen música de grupos mejicanos en el programa, llevando en su mochila las tareas para el día siguiente, que a veces hacíamos entre los comerciales. Víctor me había dado su número, pero por supuesto, nunca la había llamado. Era como repetir el diálogo de líneas arriba, pero por el hilo telefónico y a un número fijo. Demasiado para mi timidez escolar.

Pensaba incluso en la posibilidad de escribir esta historia, con un final que todavía no se daba. Qué le podía decir, qué hacer si no era ella. Trataba de escarbar algún otro dato en mi cabeza para ver si podía acertar en si era Ileana o no. Razonaba, que si había subido al mismo bus que yo, debía vivir en la ruta, aunque quizá fuera otra persona que viviera mucho más lejos que mi casa, porque la ruta acababa en Villa El Salvador, pero nunca se sabe. Recordé casi al mismo tiempo, que cuando Víctor se casó y nos invitó a su boda, mi papá dejó a Ileana, Marcela y Patty en sus respectivas casas. Recordaba que vivían cerca unas de otras, y la casa de las hermanas quedaba en una avenida sobre una tienda de bicicletas, y la de Ileana,estaba seguro, en Conquistadores. Si estaba en ese bus, había altas posibilidaes de que sea ella.

Pensaba si a lo mejor no era mejor dejarlo así. Con el recuerdo intacto; sin que la conversación con esa mujer en sus treinta, de semblante abatido por un día duro de trabajo pudiera estropear un recuerdo de mi niñez, que recién estrenaba. A lo mejor estaba casada y la esperaban sus hijos. Quizá se separó y odia a los hombres y más a los desconocidos que le hacen conversación en un bus. Tal vez, nunca se casó ni se enamoró y ahora vive sola en casa de sus padres. Cuántas histoiras podían haber en un recuerdo y en la cara de una desconocida. O es que era Ilena?

Qué miércoles, hoy es una noche tan buena como cualquier otra para que alguien me grite loco de mierda y se baje corriendo de un bus. La cosa es que sí, se bajó. No me gritó ni me dijo nada. En efecto, el bus paró en el Golf, a dos cuadras de la avenida Conquistadores .Nopuede ser,pensaba, son demasiadas coincidencias. Me quedé paralizado por todo el tiempo que estuve en el bus sin decir nada. Sólo giré para hablarle y ómo ya se puede adivinar a estas alturas, ella no estaba allí, sino bajando las escaleras. Nuestras miradas se cruzaron un segundo, dos hubieran sido un escándalo. Me sonrió apenas mientras terminaba de bajar. No tengo idea de qué cara puse yo. Aún se quedó de pie en el paradero, mirando hacia el bus (o sería simplemente al frente)mientras esperaba a que el carro avanzara para poder cruzar la pista. Sí, estoy seguro de que iba a cruzar, no a tomar un segundo carro.

Quise voltear, decirle que sabía quién era, que me acordaba de las tardes de radio en uniforme único. Averiguar si ella sabía quién era yo. Me quedé mirando al frente. Quise por fin quitarme la última duda de ver si era ella, tratando de comprobar si es que cruzaba o no la pista. Miré hacia atrás, pero sólo encontré a muchas personas de pie que bloqueaban mi vista hacia el cristal de atrás por donde ella cruzaba. Estoy seguro de que cruzaba. Personas que no me dejaron ver y a quienes nunca había visto en toda mi vida.

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Primavera

Se hicieron largos los días/
y se ha hecho más fuerte el sol.
Se fueron las tardes frías/
y me levanto el sudor.
Raúl Romero.
Hoy salio el sol, en una ciudad de cielo gris como Lima. Normal nomás dirán algunos, pero así como en marzo suelo despertarme asomándome a la ventana para ver si ha llovido, en estas épocas sucede lo mismo pero al revés. O sea, miro por mi ventana y compruebo si es que ya alumbra. Algo que por otro lado, me sorprendió hoy porque el frío me despertó un par de veces esta madrugada.

Me pongo a pensar en mi última primavera y parece que hubieran pasado varios años y no 10 meses desde que acabara. Y cuántas cosas han pasado. Cuántas he aprendido y cuántas he ganado. Justo hoy veía unas fotos mías de hace un año y pensaba, asu, estoy igualito, incríble que haya pasado todo un año ya. Y ahí está el sol, tranqui, apareciéndose de nuevo. Dejaré de sacar casaca para regresar en las noches con lluvia a mi casa, y volveré a ver a Lore sacar sus polos de lycra de colores. Retomaremos nuestras salidas a "ver pasar la vida" apovechando que la tarde invita.

Todo esto provoca ver un rato salir el sol. Que no se acabe nunca.

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miércoles, 5 de setiembre de 2007

Pretty man?

Ya tengo mis años en la oficina. Y para los que no se han enterado, cosa que dudo, parte de la gracia de ganarme la vida está en esa bonita constumbre, tomada no sé de dónde de tener que usar traje. O sea, lo de terno, aunque sólo sean dos piezas (con chaleco ya habría sido el desmadre total la situación). La verdad es que no me molesta más que a la mayoría de los que por trabajo deben llevar saco, pantalón y corbata durante la semana.

El chiste de todo el tema es que los ternos, las camisas, y las simpáticas corbatas con las que adorno mi cuerpecito de Botero, normalmente salían de mi bolsillo, que como comprenderán, no paraba tan gordo como el cuerpo (él mío, no el de Botero) en cuestión. Bueno, como decía, cosas a los que uno termina acotumbrándose, porque como es lógico, nadie espera que su oficina le ande pagando, además del sueldo, el perchero.

Lo cómico del asunto, es que como comprenderán, nadie espera tampoco que tu oficina te mande a digamos, un incendio en Comas o a contar muertos en Casapalca, cargando el sufrido dos piezas para donde te lleve la aventura. Eso, sin más, hace que al rato, la ropa pida tregua, vacaciones y CTS, con el consiguiente de que hay que renovar el guardarropa. Y por último, entre las cosas que cabrían no esperar, es que, en efeco, la empresa, además de pagarte, se preocupe de vestirte, porque eso -ah, la magia de la tele- va como parte del oficio.

Así que ayer salimos de la oficina un primer pelotón de exploradores, que sumábamos tres valientes escoltados por el productor responsable de imagen y sentamos nuestros reales en una tienda, ejem, especializada en ropa para caballeros. Julia Roberts, en la quinta Avenida. No tanto, pero allí estábamos.

Al toque, lo primero, algunas corbatas medio decentonas. Esta, no, muy seria. Esta, no te pases. Estam no, porque brilla mucho. Esta, sí. Esta, tam ién. Mira, esta puede ir con esa camisa azul que estás escogiendo. Y allí la cosa se disparó. Los dependientes corriendo mientras buscaban, digamos, camisa modelo Luxury, blanca, cuello 16. Sí, dame 3 de esas. Señor, le podría recomendar este color melón para la corbata rosa que ha escogido. Claro, causa, tú eres el que sabe. Déjeme ver cómo podemos combinarlos con algunos trajes. Sí, claro, caballeros, de media estación, muy sobrios, como para la pantalla. Mire, esto se lleva mucho en Argentina, así con rayas. Este tiene un tramado más discreto, señor, combina muy bien con camisas blancas o de colores pastel. Claro, le sostengo los paquetes, pruébese este saco, lo tenemos también en charcoal.

Y así, los tres caminábamos descalzos o en camisa de un lado a otro. Muy divertidos, comparando gustos o parándonos frente al espejo. Sonará muy vacío, vanidoso, monse o todo lo que quieran. Pero pocas cosas pueden compararse a pasar un par de horas, dedicándose al ególatra ejercicio de engreirse por una hora. Nada mal para prepararnos para la primavera, no?

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